Bolas de agua
Soy viejo. Recibí hace un par de semanas la noticia que esperaba. Se confirma todo. El problema hereditario que padezco camina a pasos agigantados, pronto será letal y viviré perdido. Aún puedo contar y saborear recuerdos que fluyen a mi antojo como un manantial tibio, como un río desbordado que me inunda de colores cálidos. Si hay algo que me inquieta es rellenar de certezas estos renglones antes que sea demasiado tarde, y de entre varias razones tengo una principal para hacerlo. El amor quiso un día asomar la cabeza por mi ventana, tocó insistentemente el cristal y le invité a pasar. Si la pasión no pasara alguna vez por las almas, ¿para qué valdría la vida? Debo decir que por ventura pasé un tiempo en el filo de la navaja, me entretuve entre el cielo y el infierno viajando en ascensores ultrasónicos, todo lo ácido se transformaba en pocas horas en un pastel de chocolate suizo y viceversa. Sentía el vértigo como parte y modo de vida, cuando no me visitaba le echaba