Entradas

Mostrando entradas de junio, 2017

Bolas de agua

Soy viejo. Recibí hace un par de semanas la noticia que esperaba. Se confirma todo. El problema hereditario que padezco camina a pasos agigantados, pronto será letal y viviré perdido.  Aún puedo contar y saborear recuerdos que fluyen a mi antojo como un manantial tibio, como un río desbordado que me inunda de colores cálidos. Si hay algo que me inquieta es rellenar de certezas estos renglones antes que sea demasiado tarde, y de entre varias razones tengo una principal para hacerlo. El amor quiso un día asomar la cabeza por mi ventana, tocó insistentemente el cristal y le invité a pasar. Si la pasión no pasara alguna vez por las almas, ¿para qué valdría la vida?   Debo decir que por ventura pasé un tiempo en el filo de la navaja, me entretuve entre el cielo y el infierno viajando en ascensores ultrasónicos, todo lo ácido se transformaba en pocas horas en un pastel de chocolate suizo y viceversa. Sentía el vértigo como parte y modo de vida, cuando no me visitaba le echaba

Desesperación

A veces ocurren cosas, sucesos que derriban de un plumazo todo de lo que se presume, acontecimientos que te retrotraen sin remisión. Juro por todos los diablos que hubiese mil veces preferido la peor de las torturas inquisitoriales antes que recibir esa llamada. El mundo en el que vivía ha desaparecido, y con él toda la felicidad y virtudes dispuestas a donar que guardaba en mi alma. Deseo con descarnada vehemencia recoger todos los ecos del mayor de los truenos y arrasar la tierra. Hacer palidecer a Lamasthu con mis perversas ideas. Levantar tumbas y pisar cráneos; el rechinar de los huesos confortaría mi rabia. Proclamar mi deslealtad a Dios a través del más infame de los ciclones.  Secuestrada por la cólera cogí el primer tren para Gijón, el estado histérico de toda yo me hubiese impedido conducir un solo minuto. Mis ojos, totalmente irritados, inyectados en sangre, atascados por la mucosa y la sal de los sentimientos, no me dejaban ver. Jadeaba sin parar. Y comencé a senti

Sombras de África

Pasada la medianoche, con el viento en sus talones y la luna en cuarto creciente, Nala atravesó el último tramo de la cordillera. Tras cuatro meses agónicos por fin llegaba a la costa marroquí. Furor extremo bajo la piel, gazuza en el estómago, sangre en la camisa; ni las vicisitudes sufridas durante el viaje devoraron el pavor que sintió al ver aquella masa de agua salada. Desde el borde del acantilado las vistas hubieran sobrecogido a cualquiera, el negro marino se extendía interminable hasta fundirse con el horizonte. La furia del océano azota con genio desmedido las estribaciones postreras del Atlas. Innumerables sus vientos, de procedencia cualquiera; pero esa madrugada, una suave y cálida brisa del sur, conocida por los lugareños como la Dulce Mora, invitaba a la travesía. A Nala lo impulsaba el instinto más potente de todos, el de la supervivencia por supuesto; o dicho de otra forma, el miedo atroz, el temor que el hombre siempre ha tenido a la muerte. Debía pensar por